Ese fuego interior. Gabelich Contemporáneo. Rosario (Argentina). 2024.
/
ESE FUEGO INTERIOR.
Por: Diego Figueroa.
Se dice que toda representación artística es, a priori, una subjetividad de lo que somos como seres humanos. Durante años, Maximiliano Peralta Rodríguez ha investigado en el campo de las artes visuales, explorando una cuestión existencialista profundamente ligada a la idea de refugio.
El refugio, es ese espacio donde nos sentimos protegidos, un sitio que nos aísla del mundo exterior. Dentro de este entorno, se forma no solo la idea de individualidad, sino también la noción de comunidad: familia, poblado, ciudad, país, etc.
De alguna manera, todos existimos dentro de un refugio, ya sea grande o pequeño, desde nuestros registros más antiguos, el fuego ha sido protagonista en esta idea, nos da calor y protección, ese elemento hipnótico que nos fascina y también calcina es parte de nuestra historia, el dominio del fuego nos dio poder y fue uno de los factores que hizo de nuestra especie esto que somos.
Por todas estas razones, y muchas otras, hay en él un factor simbólico profundamente arraigado en cada uno de nosotros. Este cuerpo que habitamos es también una casa, nuestro refugio primario y dentro nuestro es importante saber que esa llama existe, ese fuego interno, ese nervio eléctrico y esas funciones químicas son aquello que nos mantienen vivos.
El artista vive y trabaja en San José del Rincón (Santa Fe), que es parte del valle aluvional de la Laguna Setúbal, un lugar que no solo forma parte de su entorno cotidiano, sino que también se ha convertido en su fuente principal de materiales, tanto formales como semánticos para el desarrollo de su obra.
Este espacio ha sido afectado por el crecimiento desmedido de desarrollos inmobiliarios, lo que ha llevado a la deforestación y a la tala sistemática de árboles.
En los últimos años el lugar, además, ha sido objeto de incendios intencionales, dejando algunos restos parcialmente calcinados. Esta experiencia ha influido notablemente en su trabajo, llevándolo a explorar técnicas tradicionales como el yakisugi, que consiste en quemar la superficie de la madera para preservarla. Esta práctica no solo refleja su interés por la conservación de los materiales, sino también que es una respuesta a la destrucción que ha presenciado.
De esta manera, mediante extensas caminatas en las cercanías de su casa, su proceso creativo lo ha llevado a recolectar lo que otros consideran residuos. Lo que ha sido descartado se convierte, así, en origen de sus esculturas y proyectos, transformándolo de esta manera en un coleccionista atento a los fenómenos morfológicos de la naturaleza. Algunas veces, además, incorpora elementos hallados en su taller: fragmentos de madera descartados y recortes que, guiados por la intuición, establecen relaciones entre sí, como si formaran parte de una escritura secreta y ancestral.
Este enfoque refleja una profunda apreciación por la arbitrariedad y la historia de cada pieza, así como un firme compromiso con la sostenibilidad y la reutilización de los materiales transformados mediante el fuego hasta ser literalmente carbonizados. Este tratamiento les confiere a las superficies un tono negro homogéneo que genera una sensación de extrañeza al estar todos sometidos a la misma presión técnica, desconcertándonos al no poder identificar su origen, ni el camino que los llevó a ese estado.
Su obra es una respuesta a la degradación ambiental, que no sólo refleja parte de su entorno inmediato, sino que también nos invita a la reflexión desde el arte, sobre las relaciones que existen entre la naturaleza, la aparición del hombre, su desarrollo en ella y ese fuego que todos llevamos dentro.